Hoy, cuando se cumplen 89 años del fusilamiento de Federico García Lorca, volvemos a ese silencio que marcó no solo la historia de un país, sino la herida de una cultura. El poeta granadino fue asesinado durante la madrugada del 18 de agosto de 1936 —o en los albores del 19, aún debatido— en un barranco entre Víznar y Alfacar, a las afueras de Granada, a manos del bando franquista
Lorca no fue una figura cualquiera. Fue la voz que cantó al sur, a la pasión, al deseo incontenible y a la memoria colectiva. Su muerte fue una de esas heridas que siguen supurando: ni su cuerpo fue encontrado, ni aquel silencio obligado fue enmudecido.

Fotografía de Rogelio Robles Romero-Saavedra. Colección Fundación Federico García Lorca.
Una voz que resistía desde lo profundo
Federico, acunado por la vega granadina, se declaraba “hombre del mundo y hermano de todos”. Su conciencia social lo llevó a embarcarse en proyectos como la compañía La Barraca, impulsada por la Segunda República para acercar el teatro clásico a barrios rurales. Denunció siempre la injusticia, se acercó al pueblo y, aunque no formó parte de ningún partido, su sensibilidad le valió la persecución.
Sus últimas horas fueron dramáticas. Fue detenido el 16 de agosto de 1936, en casa de su amigo Luis Rosales, poeta falangista, confiando en que aquello le daría protección. No fue así. Fue detenido por la Guardia Civil con acusaciones absurdas: espía comunista, masón, homosexual La respuesta de Queipo de Llano fue grotesca: “Dale café, mucho café”, sugiriendo su ejecución
La noche que quiso borrar una voz
Esa madrugada, junto a otros tres prisioneros —entre ellos el maestro Dióscoro Galindo, y los banderilleros Galadí y Arcollas— fue fusilado sin juicio previo, enterrados en una fosa común aún hoy no identificada. El terror de esos días fue masivo. En el cementerio de Granada, y en tapias secretas, se calcula que murieron entre 3.700 y casi 5.000 personas
¿Por qué su muerte sigue doliendo?
Porque Federico era mucho más que un poeta. Era símbolo de una España plural: de mujeres, de hombres que sueñan, de la libertad del ser amado sin permiso. Fue fusilado por eso, por todo eso: porque representaba lo que el nuevo poder temía.
Y su desaparición fue un atentado contra la cultura. El gran crimen no fue solo silenciar su voz, sino borrar la memoria. Su obra, sin embargo, no se calló.
Resistencia desde la memoria
Cada año, Granada se llena de homenajes: canciones como “18 de agosto” o “Granada (entre el Darro y el Genil)”; obras de teatro documental como Federico. No hay olvido, ni sueño: carne viva, que entrelaza historia, memoria y arquearqueología en el lugar donde falleció.
El arte, una vez más, reclama lo que la historia calla. Federico García Lorca es excusa para romper silencios, para nombrar lo olvidado y para recordar que la memoria es un acto de justicia.
Lorca hoy: palabra que alumbra
Lorca sigue siendo “infinito”,No solo por lo que escribió, sino por lo que dejó de existir. Su ausencia duele. Pero su poesía —desde Bodas de sangre, Yerma, Romancero gitano, Poeta en Nueva York— nos recuerda que el arte puede ser un acto urgente: contra la opresión, contra el olvido, contra el silencio
También te puede interesar
Back to the Book Festival 2025 en El Matadero: celebración literaria, talleres y cultura independiente que reconectan lectores
Lina Morgan, diez años después: el legado vivo de una actriz irrepetible
Crítica de Toda mi violencia es tuya, de Carolina Yuste un retrato feroz de una generación silenciada
El amor es un monstruo de Dios, de Luciana De Luca: novela brutal y poética
Fernando Aramburu: biografía, libros y legado del autor de Patria