“Toda la suerte del mundo” cuando el cine se convierte en memoria de un país

La ficción autobiográfica de Esther Ortega, protagonizada por Carolina Yuste y Jaime Lorente, revive la tragedia silenciosa que la heroína dejó en los barrios obreros de los 80.

El cine como espejo de lo no contado

En la España de los años 80, cuando la democracia aún aprendía a caminar, miles de jóvenes cayeron en las garras de una epidemia que marcaría a toda una generación: la heroína. Es en ese contexto donde nace Toda la suerte del mundo, la nueva película escrita y dirigida por Esther Ortega, que nos presenta un retrato íntimo, desgarrador y profundamente humano de una época silenciada.

Protagonizada por dos de los intérpretes más potentes del cine español contemporáneo —Carolina Yuste y Jaime Lorente—, la película reconstruye la vida de Paco y Ali, una joven pareja que, como tantos otros vecinos del barrio de San Blas en Madrid, se engancha a la heroína a los veinte años. Pero este no es un relato de criminalización ni de morbo: es la historia vista a través de los ojos de Esther, su hija, primero niña y luego adolescente, que intenta entender cómo el amor, la adicción, la pobreza y la muerte pueden convivir en una misma casa.

La heroína que arrasó una generación

Si hubo un enemigo silencioso que desestabilizó miles de familias en la transición española, fue la heroína. La droga se extendió como un fuego lento por barrios obreros, mientras la respuesta institucional era escasa o inexistente. Toda la suerte del mundo pone luz sobre un fenómeno que aún hoy arrastra estigmas, pero que rara vez ha sido narrado desde la mirada de quienes lo vivieron en carne propia, y mucho menos desde el punto de vista de los hijos que crecieron entre jeringuillas y abrazos.

Lejos de un enfoque amarillista, la película propone una lectura emocional y política, sin concesiones pero también sin juicios. Paco y Ali no son solo víctimas: son supervivientes, amantes, padres. Son la imagen de un país que se construía mientras se desmoronaba.

Carolina Yuste y Jaime Lorente: dos cuerpos heridos, un amor que resiste

Carolina Yuste, ganadora del Goya por La Infiltrada, se transforma aquí en Ali, una joven fuerte, vulnerable y llena de vida, que nunca pierde la ternura pese al deterioro. Junto a ella, Jaime Lorente aporta matices inesperados en su papel de Paco, un joven atrapado entre la adicción y el deseo de redención. La química entre ambos actores es uno de los pilares emocionales del filme, capaz de sostener la historia incluso en sus momentos más oscuros.

Ambos interpretan con verdad, sin maquillaje emocional, dejando que los silencios, las miradas y el cuerpo hablen tanto como los diálogos. Su trabajo está al servicio de un guion que apuesta por la honestidad antes que por la espectacularidad.

La mirada de una hija: autobiografía desde el amor

Lo que convierte a Toda la suerte del mundo en una obra tan singular es su naturaleza autobiográfica. Esther Ortega, directora y guionista, elige contar su propia historia familiar con una sensibilidad admirable. No busca ajustar cuentas ni elevar el trauma a categoría de tragedia épica. Al contrario: observa desde la empatía, la cercanía y una poderosa comprensión. La suya es una mirada amorosa, pero nunca ingenua.

Este relato no solo es importante por lo que cuenta, sino por cómo lo cuenta: desde dentro. La voz infantil y adolescente de Esther nos conduce a través de los años, observando con asombro, dolor y ternura el mundo en el que creció. Un mundo de contradicciones, donde la miseria y el cariño convivían bajo el mismo techo, donde el daño no anulaba el amor.

Una película necesaria

En tiempos donde el cine tiende a la evasión, Toda la suerte del mundo apuesta por la memoria. No para quedarse en la nostalgia, sino para construir una conciencia generacional. Para recordar que lo que fuimos explica en gran parte lo que somos. Para hablar de las heridas de quienes crecieron en los márgenes, sin oportunidades ni red. Para mostrar que, incluso en medio de la oscuridad más cruda, el amor puede ser una forma de resistencia.

Epílogo personal – Por Nerea Fergom

Creo profundamente en el cine como una herramienta para conocer la vida y la historia de nuestro país. Y esta etapa de los 80, tan dolorosa como invisibilizada, también forma parte de nuestra memoria colectiva. Toda la suerte del mundo es un ejemplo de cómo el arte puede abrir espacios de verdad, de justicia emocional, de escucha.

Las penurias y vivencias de aquellas generaciones no son simplemente pasado: son las cicatrices que aún laten en las nuevas. Cicatrices que merecen ser contadas, no desde la vergüenza, sino desde la comprensión.

Y si el cine tiene un valor cultural incalculable, también lo tiene su capacidad de narrar lo que nunca se quiso contar. Por eso, es necesario que esta historia exista.

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