Hay quien todavía se escandaliza cuando escucha la frase: “El arte es político”. Como si la política fuera un virus que hay que mantener alejado de los lienzos, las canciones o las esculturas. Pero no. Lo siento, no se libra nadie. El arte es político. Siempre lo ha sido y siempre lo será.
Tendemos a asociar “político” con partidos o ideologías, pero va mucho más allá: el arte grita, enseña, defiende y da voz a las injusticias. Es comunicación, y toda comunicación tiene un contexto. Puede reflejar valores, preservar la memoria o incomodar al poder. Una vez me dijeron: “Creo en el arte como herramienta de cambio y conocimiento”. No he escuchado una definición mejor.

Obras que incomodan, obras que marcan
Desde La colmena de Camilo José Cela o La casa de Bernarda Alba de Lorca, pasando por el muralismo mexicano de Rivera, Orozco y Siqueiros, hasta la irreverencia punk de los 70 o un Redemption Song de Bob Marley… la historia está llena de arte que ha sido gasolina para el cambio social. Incluso el impresionismo, que parecía inocente, rompió jerarquías culturales retratando gente común en vez de héroes de mármol.
¿Neutralidad? Spoiler: no existe
Un artista no puede ser neutral. Incluso si no se posiciona explícitamente, ya está tomando partido: elige qué contar, cómo contarlo y dónde mostrarlo. No es lo mismo exponer en una galería privada que pintar un mural en la calle. No posicionarse también es una postura, y casi siempre beneficia al orden establecido.
¿Espejo o refugio?
Depende de qué entiendas por arte. Quien lo ve como simple adorno buscará evasión. Quien lo estudia, lo vive y lo siente, sabe que también es un espejo de su tiempo, de su sociedad y hasta de su propio estado emocional.
Belleza, incomodidad y cambio
La belleza es política, aunque no siempre lo admitamos. Mostrar qué consideras bello es, en sí mismo, un acto de poder. Y sí, el arte más directo incomoda más que el edulcorado. Lo que molesta, lo que remueve, es lo que se queda grabado.
El riesgo de tomar partido
Quien se posiciona corre el riesgo de enfrentarse a la parte contraria. Y siempre habrá una parte contraria. Pero es que el arte y la política son como el agua y el aire: imposible separarlos. Desde las canciones que han derribado dictaduras hasta los murales que han educado pueblos, el arte ha inspirado, unido y provocado cambios reales.
En una frase: el arte es una herramienta para el cambio y el conocimiento individual y colectivo de una sociedad. Y si no lo es, probablemente no sea arte… o al menos, no sea relevante.