El racismo que todavía persiste en el cine y las series: ¿reflejo o construcción social?

Vivimos un momento en el que la desigualdad y el racismo siguen estando muy presentes en la sociedad. Basta encender la televisión o mirar la cartelera para darse cuenta de que, aunque el audiovisual tiene un enorme poder como herramienta social, aún arrastra viejos clichés que pesan demasiado.

No, el cine y las series no incitan directamente al odio o al racismo. Pero sí reflejan —y, en muchos casos, refuerzan— los prejuicios que como sociedad seguimos sin derribar. Al final, quienes crean, dirigen o escriben historias son personas que viven en el mismo contexto social que nosotros, y su mirada inevitablemente está teñida por él.

¿Por qué siempre los mismos papeles?

Si repasamos con ojo crítico, encontramos patrones que se repiten hasta el cansancio:

  • Los personajes del sur de América suelen ser narcotraficantes o empleadas del hogar.
  • Los asiáticos, dependientes de bazar o miembros de mafias.
  • Los árabes, terroristas.
  • Los africanos, inmigrantes pobres sin papeles.
  • Los personajes gitanos, ladrones o incultos.

Y lo más preocupante: sus tramas giran casi siempre en torno a su condición de “otros”, de “ajenos”, de “problema social”. ¿Por qué no podemos ver a estos personajes como protagonistas, altos cargos de empresas, referentes culturales o familias corrientes cuyas vidas no giren únicamente alrededor de la penuria?

Cuando los barrios son personajes

Otro ejemplo: la representación de los barrios considerados “marginales”. Zonas como Carabanchel o Lavapiés, ricas cultural y artísticamente, siguen siendo retratadas casi siempre desde la violencia o la incultura. Se ignoran sus matices y realidades cotidianas, y se opta por el cliché fácil: el peligroso, el conflictivo, el que hay que evitar.

¿Hay cambios? Sí, pero insuficientes

Es cierto que hay proyectos recientes que rompen con estos estereotipos, que apuestan por personajes diversos y complejos, y que nos muestran una sociedad más real. Pero todavía son la excepción, no la norma. Y ese cambio no depende solo de la industria audiovisual: es una tarea colectiva como sociedad, porque las historias que contamos son el reflejo de lo que somos… o de lo que todavía no nos atrevemos a ser.

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